“Puse a todas las mujeres y a los niños en el coche y dejé a los hombres en la casa”, dice desde Rafah, donde vive ahora.
“Tenemos con nosotros nietos; el primero es de dos años y medio, y el otro será de cuatro en un mes”.
Salwa es sólo uno de los más de 1.7 millones de personas en Gaza obligados a abandonar sus hogares desde el 7 de octubre.
En cierto modo, es afortunada. Ella y su familia están juntos en una casa, en lugar de en un refugio. En los refugios, en promedio, 160 personas comparten un solo baño y sólo hay una ducha por cada 700 personas.
Pero incluso este poco de buena suerte ha tenido sus propias complicaciones.
“Tuve suerte de encontrarnos una casa cuando llegamos”, dice Salwa.
"Pero el problema es que sólo las personas en los refugios reciben ayuda humanitaria, así que tengo que ir al mercado y caminar unos 4 kilómetros para encontrar algunas galletas y otros alimentos para los niños".
Encontrar alimentos es una cuestión crítica, pero una de las más críticas para todos en Gaza –ya sea en una casa o en uno de los refugios de las Naciones Unidas– es también una de las más básicas: el acceso a agua potable.