Mi vida diaria consistía en ir a la escuela, quedarme en casa, visitar a mis familiares y acompañar a mi familia a los olivares donde cultivábamos.
Cuando era niño, veía a mi familia plantar y cosechar los frutos de la tierra.
Fui un estudiante muy trabajador y completé mi educación hasta el nivel intermedio antes de que las circunstancias me obligaran a abandonar mi país.
Cuando empezó el conflicto y estallaron manifestaciones en mi ciudad, decidimos huir, pero no pudimos acceder a las zonas vecinas debido a los bombardeos constantes. Nos vimos obligados a trasladarnos al desierto y vivir en tiendas de campaña.
Los bombardeos se intensificaron y nos reuníamos en un pequeño refugio que habíamos cavado para hacer pan y nos juntábamos cada vez que oíamos las explosiones.
El polvo constante, la falta de comida, harina y agua, así como la presencia de la vida silvestre del desierto fueron grandes desafíos.
Además, mi padre corría peligro cada vez que intentaba conseguir comida para nosotros. Una vez, una banda lo enfrentó y lo robó; afortunadamente, no le hicieron daño, pero ese sigue siendo uno de mis peores recuerdos.