No había electricidad en la ciudad y Mélissa no tenía un generador propio, así que, como muchos otros en Kabul esa noche, no tenía calefacción ni electricidad.
Desde que los talibanes habían regresado al poder cuatro meses antes, había un estricto toque de queda en la ciudad. No podía salir de su edificio ni socializar con amigos. Ya había leído los cinco o seis libros que había traído de casa, y así, sin nada más que hacer, hizo algo que no hacía desde niña.
Cogió un bolígrafo y dibujó.
Habiendo pasado los últimos cinco años viviendo en Kabul y trabajando para diferentes grupos humanitarios, Mélissa estaba en una posición única. Había vivido en Kabul antes de la caída y ahora había vuelto después de la toma de poder de facto.
Estaba presenciando los cambios en tiempo real y se dio cuenta de que podía documentar este momento histórico a través de su arte.
“La defensa es difícil. Tienes que hacer que la gente escuche cosas que no les importan”, dice Mélissa, quien recientemente ha sido Gerente de Incidencia de CARE Afganistán. “Y cuando se han cansado de los hechos y las cifras, el arte es otra forma de llegar a la gente y mostrarles lo que está pasando dentro del país”.
A continuación, se incluyen extractos del cuaderno de bocetos de Mélissa, junto con breves descripciones de dónde estuvo y qué vio en sus viajes por el país.